Curiosamente este grabado de un texto sobre Maya recuerda a Circe. Maya no es realmente una diosa, como lo es Circe, “la de hermosos cabellos, potente deidad de habla humana”, pero nos tiene a todos (hombres y mujeres) como embrujados, mientras que Circe solamente a aquellos incautos que se acercan a su palacio en la remota isla llamada Aea (palacio guardado por “leones y lobos monteses hechizados por ella con mal bebedizo”). Como diosa, tiene poderes y privilegios negados a los mortales. Circe, como Maya (representada arriba), es bella y sabe seducir a los que se dejan atrapar por sus encantos – no necesita ser bruja en el sentido ordinario – ; esos poderes los tiene en tanto que diosa, como Afrodita y otras diosas. Todas ellas representan diferentes aspectos de Maya o Shakti, que son equivalentes, intercambiables; el de Durga es el de aniquilar, puesto que todo lo que nace debe morir, volver a la fuente de donde partió. La trampa, el embrujo, consiste en la gran atracción que tienen los objetos de la naturaleza, de la creación, mundo de la multiplicidad, lleno de colorido, de placeres y tentaciones que inevitablemente causan apego: el deseo insaciable es el que lleva a este apego, y es insaciable porque no va más allá de lo mundano, no se dirige a lo intangible, a la esfera de lo divino, donde alcanzaría su fin y cumplimiento. Este deseo es ignorancia (avidya), la cual está dentro de Maya, es inseparable de ella y no tiene fin ni principio. Se dice que el deseo es la causa de la creación.
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